No sé si el término adecuado es celebración, quizá mejor conmemoración, porque hoy mismo se cumplen ochenta años de la liberación de Auschwitz, aquel lugar donde aún resuena el grito de Benedicto XVI en 2006, ?¿por qué Señor permaneciste callado??. Una pregunta en negativo que lleva en sí misma el positivo de una oración, no el grito desesperado de quien tiene por destino un callejón muy negro. Como nuestro Dios es un Dios de trato, lo quiere todo: la interacción, la duda, el reproche, el llanto? Que se lo digan al pueblo de Israel peregrinando por el desierto, no dejaron de lamentarse hasta que llegaron a la tierra prometida. Ningún adolescente ha sido tan caprichoso y tiránico con sus padres como los judíos con Yahvé.
Sólo en Auschwitz murieron un millón de personas. Algo que me parece absolutamente incontable, porque no podemos con un dedo señalar a tanta gente. Lo increíble es que aquel espacio no era muy grande. Las cenizas de los muertos se confundían cada día con la belleza de las nubes del cielo. Quería comentar el Evangelio del día, lo prometo, pero me sale recordar la misa en la estación ferroviaria de Birkenau, celebrada por San Juan Pablo II en 1979 junto a los sacerdotes que estuvieron presos allí y que consiguieron sobrevivir. El paseo amargo de un Papa silencioso recorriendo el escenario del terror.
Cada año la conmemoración está inscrita en un contexto diferente. Este es el año de la desaparición de los últimos supervivientes. Los tiempos cambian, y encima nos hemos vuelto mucho más superficiales. Hay una chica que aparece feliz haciéndose un selfie delante del barracón de Birkenau acompañada de un emoji sonriente. La casa de Rudolf Höss, responsable del campo, se inaugurará en breve, y se llenará de aficionados al cine, seguro, porque allí se rodó La zona de interés, una película escalofriante sobre la frialdad de los guardias del campo. Mientras hacían su vida de pequeños burgueses, al otro lado de su finca las mujeres y los niños se iban muriendo a centenares. Pero me huele a que Auschwitz se puede convertir en un centro de peregrinación ajeno a una reflexión profunda.
Hoy el Evangelio se refiere al pecado contra el Espíritu Santo, que jamás será perdonado. El Señor se refiere a la obstinación de quienes consideran su obra y milagros como si fueran las acciones de Belcebú. Claro, estos no pueden dar un paso en su salvación, porque llevan muy torcida la cabeza de la comprensión. Pero yo creo que después del pecado contra el Espíritu Santo está la Shoah, inmediatamente después. Porque guillotinar la vida, cualquier vida, porque toda vida es inocente, y hacerlo de modo serial, como se hace en las fábricas con las botellas de gaseosa, no parece propio de nuestra naturaleza. Los seres humanos, que estamos entrelazados como las hojas de los olmos, ponemos a disposición de los demás el dolor que sufrimos, lo hacemos colectivo. El dolor se transmite como un relevo tóxico. Hace poco se ha descubierto que también existe la transmisión de un trauma por vía genética, trauma transgeneracional. Las generaciones posteriores a esas personas que han tenido un trauma original, no desarrollarán de forma obligatoria esos mismos trastornos, pero serán, eso sí, mucho más vulnerables que otras a la ansiedad, el estrés y la depresión.
Nos quedan, por tanto, las palabras de Francisco en 2016 en aquel lugar del horror: ?Señor ten piedad de tu pueblo. Señor, perdón por tanta crueldad?.